Llevaba
dos meses tomando mi café con leche templada en el mismo lugar, a la misma hora
y hecho por las mismas manos. Cada vez me gustaba más ese momento. Había un
ángel detrás de la barra, con su tez morena y su gesto tímido, era la dulzura
personificada en mujer. Al segundo día ya sabía cómo me gustaba el café y mi
nombre por supuesto, tenía un don de gentes innato. Nada más verme entrar ya se
fijaba y me decía, “Buenos días Marco, quieres café?”, y yo, con una mirada y un
saludo tímido le decía que sí. Por supuesto que quería café y una vida entera
para decirle cosas bonitas día tras día.
Su
mirada escondía un pasado oscuro y por cosas que me contaba, en aquel rato que
pasaba en el local cada día, su futuro era incierto y pintaba oscuro. Había
llegado a la ciudad escapando de su lugar de origen en la costa norte, quería
dejar su pasado atrás y se había venido a Coruña para darse la oportunidad de
vivir al fin.
Su
mirada era viva y sus labios delicados, la piel se veía muy suave y su silueta
perfecta. Me apetecía acariciarla y susurrarle cosas al oído, era evidente que
allí no se podía. Le quedaba genial el mandilón negro con polo rojo y los
pantalones vaqueros, ¡¡ufff!!, se notaba que corría, tenía todo muy bien puesto.
Había días que se le salía un poco el tanga por encima del pantalón, eso me
ponía muy loco.
Un
día me armé de valor y me decidí a dar un paso importante. Le pregunté si le
apetecía quedar al salir, creo que por la mirada que puso, estaba deseando
hacía tiempo esta proposición. “Ven a la 1 am, es cuando me toca cerrar, pero
no vengas por la entrada principal, te abro por la trasera.
Allí
estaba yo pasadas las 12 de la noche, aparqué en la calle trasera de su
trabajo, no había nadie por las calles en aquel lunes para mi especial. Me
escribió un mensaje y me dijo que me acercara a la puerta trasera, ya estaba
acabando de recoger. Oí la puerta abrirse, ciertamente estaba algo nervioso,
pero debía controlarme. Era toda una incógnita, no sabía ni a donde íbamos a ir
a tomar algo o que íbamos a hacer. De poco vale hacer planes y mi cabeza dio
vueltas sobre si misma cuando supe su reacción al verme allí.
Me
miró, me sonrió y sujetándome con fuerza del cuello de la camisa me plantó un
beso en todos los morros que me quedé atónito. Cogiéndome de la mano me llevó
hacia dentro del local y cerro con llave. Su mirada, aunque dulce era
completamente diferente ¡“por fin eres mío”! Simplemente me entregué a toda
aquella situación tan morbosa que se me venía encima. Me echó sobre una de las
mesas del local, a continuación, ella se sentó en una silla ante mi dispuesta a
comer el primer plato, segundo plato, postre y café. Su mirada penetrante y
lasciva de una mujer dominante en aquel terreno.
Sin
preguntar bajó mis vaqueros y dejándome el bóxer puesto comenzó a juguetear con
mi miembro. Primero a través de la con tela para después pasar al contacto
total y al natural. Su boca y sus manos eran hábiles en ese arte y se veía que
disfrutaba dándome placer. No daba crédito a todo lo que estaba sintiendo y
jamás imaginé que ella fuera una deliciosa y experta amante insaciable. Me
comía y me volvía a comer como ese helado de cucurucho que nunca acaba. Me
llevó al clímax en pocos minutos de esa manera. Su estocada final me dejó debilitado
y sensible, pero con una sonrisa de oreja a oreja.
Marcos
CL