jueves, 20 de febrero de 2020

El porche



Después de aquel suculento desayuno ella me invitó a salir a su porche. Hacía sol y la temperatura era muy agradable. Nos sentamos cómodos en las tumbonas y el ritmo de diálogo fue bajando marchas, yo saliera del turno de noche y el sueño se estaba apoderando de mí. Creo que no tardé ni 5 minutos en quedarme dormido, mientras su voz melódica me acompañaba hacia el descanso de la mano. Era una sensación plácida, relajante y de mucho alivio. Dormité durante al menos media hora hasta que mi cerebro en sueños comenzó a hacer de las suyas.

 Reclinado en postura indefensa, mi cuerpo tomó vida solito como hacía casi siempre, se había quedado con el pensamiento y el momento positivo de aquel desayuno y eso hizo que la relajación pasase a la excitación de manera automática. Sin duda ella se percató de la mutación en mis pantalones al instante al estar situada justo frente a mí. De parecer el niño tranquilo que se queda dormido como un ángel, a todo aquello que decía “! aquí estoy yo!”.

 La sorpresa sería mayúscula cuando intentando abrir los ojos de aquel estado tan profundo, los sueños se me mezclaron con la realidad, abriendo un ojo de manera muy vaga, me percaté que ella ya no estaba en su tumbona, sino que se encontraba de rodillas ante mí, a la altura de mis piernas abriendo mis jeans con manos hábiles para no despertarme. Mi cabeza ya no sé en que dimensión estaba, soñando despierto o fantaseando dormido, una miscelánea de pensamientos sórdidos y pecaminosos que se paseaban a sus anchas en aquella escena.

La demostración clara de que sí era una realidad deliciosa, fue cuando noté la suavidad de sus labios y la punta de su lengua recorriendo mi pubis, al tiempo que su melena me hacía pequeñas cosquillas sobre mis muslos ya desnudos. Ni me había dado cuenta de la bajada de pantalones tan sutil que me había hecho. Yo abría y cerraba los ojos dejándolos en blanco por momentos, incrédulo a todo aquello, me parecía casi imposible que me pasase eso y allí mismo.

 Nunca creí que pudiera proporcionarme tanto placer con aquellas manos y esa boca tan hambrienta y sedienta. Una y otra vez me devoraba y ya no tenía aquel semblante inocente, ponía una cara como diciendo “no te muevas y disfruta.” mientras hacía otra entrada hasta el istmo de las fauces.

 El sol bajo de febrero cegaba mis ojos por momentos y simplemente me dejé ir a las órdenes que buen hacer marcaba sobre mi sexo. Cuando acabó conmigo por completo, me dejó indefenso y anulado. Para despedirse, me brindó un largo beso en la boca con una lengua sabor a mí y sin mediar palabra entró en la casa para dejarme solo con el gozo de aquel instante de calma.

                                                                                                 Marcos CL

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