martes, 17 de diciembre de 2019

Guitarra


Me encantaba acariciar aquella piel tatuada como haciendo música. Su curvatura era mi instrumento preferido. Tonos armoniosos para las yemas de mis dedos mientras se componía otro momento de placer absoluto. Ese punteo de cada cuerda, esa magia.

 Cada encuentro era un concierto con mil melodías diferentes. Puro fuego y dinamismo en el arte de la música y de la carne. Un poco de clásica de primeras y después unas baladas. Entraba el rock mas tarde y nos dejamos ir por la locura del metal.

 Al tempo, nuestros cuerpos pedían otra y otra más. Como una guitarra bien afinada nos tocamos y salían de nuestras cuerdas, de nuestras bocas, suspiros y jadeos agónicos, que eran notas de pasión y letras de lujuria.

 Me encantaba tocar y tocar ese son que nos envuelve, ese hacer que nos atrapa, esas canciones que son nuestras para siempre y nos hacen salir de nuestra vida de rutina por un momento y seguir soñando con el siguiente concierto.

 Haciendo percusión contra su tapa armónica ese “pum pum” que suena como algo celestial, que siempre y por siempre quedará grabada en mi partitura. 
Gracias por la imagen @noeliaamore
                                                                                          Marcos CL

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