Me encantaba acariciar aquella piel tatuada como
haciendo música. Su curvatura era mi instrumento preferido. Tonos armoniosos
para las yemas de mis dedos mientras se componía otro momento de placer
absoluto. Ese punteo de cada cuerda, esa magia.
Cada encuentro
era un concierto con mil melodías diferentes. Puro fuego y dinamismo en el arte
de la música y de la carne. Un poco de clásica de primeras y después unas
baladas. Entraba el rock mas tarde y nos dejamos ir por la locura del metal.
Al tempo,
nuestros cuerpos pedían otra y otra más. Como una guitarra bien afinada nos
tocamos y salían de nuestras cuerdas, de nuestras bocas, suspiros y jadeos
agónicos, que eran notas de pasión y letras de lujuria.
Me encantaba
tocar y tocar ese son que nos envuelve, ese hacer que nos atrapa, esas
canciones que son nuestras para siempre y nos hacen salir de nuestra vida de
rutina por un momento y seguir soñando con el siguiente concierto.
Haciendo
percusión contra su tapa armónica ese “pum pum” que suena como algo celestial,
que siempre y por siempre quedará grabada en mi partitura.
Gracias por la imagen @noeliaamore
Marcos CL

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