Yo
no era como las demás chicas, como las que él estaba acostumbrado a tratar y
lidiar. No me quería sentir una más. Sé que detrás de toda esa desfachatez
chulesca y dominante había un corazón dispuesto a amar de manera auténtica y con
el sentimiento verdadero más puro.
Le
hacía gracia mi inocencia, mi fragilidad párvula, mi ingenuidad en comentarios
que tenía sobre ciertos asuntos, siempre me decía que, “el mundo no es tan bueno
como se pinta en mi cabeza”, quizás tenía razón, pero yo era feliz pensando así. Sentía
verdadera curiosidad por aquel individuo tan desconocido que había llegado a mi
vida, esa vida ahora truncada por este confinamiento. Iba al hospital y volvía para
casa, en ese vía crucis donde, a veces me paraban los guardias, para saber si
estaba justificado mi desplazamiento. Yo tenía el salvoconducto y el peso de
ser sanitaria, así que nunca me multaron.
Soportaba ese peso sobre mis hombros, un peso irreal, como unas alforjas cargadas con un lastre inútil y
sin sentido. En esos momentos de mi vida me sentía, no infeliz, pero sí menos
feliz. Así me estaba ahora, perdida, prisionera y preocupada, por la situación,
en gran parte y mi árbol de prioridades personales en otra parte y con mucho peso también. Ahora tengo añoranza
por aquellos momentos que éramos felices y libres, pero no lo sabíamos. Está claro
que uno valora más las cosas cuando las pierde pero no aprendemos ni aprenderemos.
Encontrarme
con aquel truhan no se si era un mal error o un gran acierto, como todo en
aquella batidora de sensaciones y sentimientos, los ingredientes que se van
mezclando y el sabor final es un gran desconocido. Sea como fuere, me encantaba
charlar con él. Largos chats durante horas que me sacaban de aquella realidad atroz
y severa que apuñalaba mi sentido común a veces el menos común de los sentidos.
Sus
comentarios sobre mi vestimenta o sus deseos, muchas veces políticamente incorrectos,
su manera de decir las cosas de manera tan directa y natural, me atrapaban con
encanto curioso, ese sentir de estar sin el peso de la conciencia, sin el peso
moral que la mayoría de los mortales cargamos con la educación que nos han
inculcado como losas de granito pesadas y difíciles de mover. Me hacía rabiar
con juegos de palabras que me ruborizaban tras mi teléfono, le encantaba llevar
mi timidez al límite, a ese punto de no saber sí mandarlo al carajo o desear un
todo con aquel personaje. Sin duda un buen fichaje en aquellos tiempos
inciertos.
Me
sugería imposibles. Me decía que me llevaría a su cabaña en el bosque, secuestrada
y saltándose las limitaciones del decreto y allí me haría mil cosas. Tenía siempre
frases y palabras certeras que me mandaba para regalarme los oídos, eso lo sé,
pero me encantaban.
En días de mierda al llegar de trabajar que te
digan, “Eres como el olor del atardecer”, o que te cuente que está enfrente su
chimenea y te describa la situación con frases como” eres como el tacto del
fuego y el sabor del silencio”, a mi sinceramente, se me eriza la piel al
leerlo y se me encienden las ganas. Pero no me hagáis mucho caso, seré yo así,
una ñoña sentimental.
Marcos CL