Aquel día de semana, allí mismo en aquel descampado
junto a las vías del tren, los tres unidos: ella, yo y todo aquel morbo que se
había dado sin querer. La danza comenzó sobre el capo de mi coche, comiéndonos
cómo animales, cómo lobos hambrientos de toda aquella carne.
Besos
enfurecidos y caricias pegajosas de calor. Era inevitable no seguir por
siempre, seguir así mientras las fuerzas nos dejaran. Nuestros ropajes tirados
por fuera y nuestras ganas bien adentro. A horcajadas sobre mí, ese vaivén de
lujuria acabaría en uno y otro clímax. Me mojaba con su excitación y ese olor a
sexo hacía que nos volviéramos mas locos todavía.
Simplemente nos dejamos ir por el ritmo de nuestras
caderas en aquel baile sin mascaras en la oscuridad del jueves. Delicias a
golpe de verano. Todo tan sentido y y tan extraño que asusta. Relación sin
demasiadas preguntas, pero con muchas respuestas en las miradas.
Marcos
CL
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