martes, 21 de abril de 2020

313




 La verdad es que ser becario en aquel bufete de abogados no era tarea fácil. Mi jefa me tenía completamente achicharrado con tanta insinuación y miradas lascivas. Después de una semana intensa, ese viernes bastante tarde, al finalizar aquella larga reunión, estaba deseando escaparme a casa cuando el teléfono de mi despacho sonó, era ella para decirme con esa voz imperativa, -Marcos espera, no te vayas todavía que tenemos que repasar lo del juicio del lunes", en ese preciso instante sabía que sería mi perdición, yo como súbdito era desde hace tiempo su fantasía y debía quedarme para "repasar" el caso, o sea obedecer.


 Era un edificio grande y a aquella hora sólo quedaría el guarda en la entrada y nosotros en la tercera planta. Solos en la oficina, solos en el despacho 313. La jefa vestía siempre muy ceñida, traje chaqueta negro y blusa blanca con el pelo recogido, a ella poco le hacía falta para resaltar aquel voluptuoso cuerpo. Me hizo pasar y allí estaba, sentada en su trono. Era una mesa del despacho robusta de madera noble y su sillón de piel marrón oscura a juego. Me quedé de pie tembloroso y sabía que ella no iba a dejar que me sentara, se le veía en esa mirada felina que tiene.

Cruzó las piernas con fuerza y con la mano levemente empujó unos informes para que cayeran al suelo y dictar sentencia firme a continuación.  -¡Espero no tener que decirte lo que debes hacer!- Yo, sumiso, asustadizo y arrodillado junto a su mesa, fui recogiendo cada uno de los folios intentando no levantar la mirada de la alfombra, algo imposible, su aura de poder me envolvía y aquellas largas piernas se descruzaron de golpe como sables para dejarme sin aliento, yo seguía con la mirada esa línea prohibida desde sus zapatos de tacón de aguja, pasando por las rodillas y subiendo por aquellas medias negras de la perdición, hasta que se dejaron entrever sus misterios. Ya no sabía en dónde meterme y sudando frío, me temblaban hasta las orejas. A continuación, para seguir con su juego macabro me ordenó con fuerte voz que gateara hasta ella.

Cuando estaba a un palmo de su piel levantó una pierna y puso un tacón en mi hombro con fuerza, luego colocó el otro sobre su mesa y sus piernas en apertura máxima. Ahora sí que me tenía sometido por completo y aquella situación, aunque me hacía daño físico, me excitaba enormemente. Pronto me repetiría la frase de la sentencia, - ¡Espero no tener que decirte lo que debes hacer ahora! -

                                                                                                Marcos CL







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