La verdad es que ser becario en aquel bufete
de abogados no era tarea fácil. Mi jefa me tenía completamente achicharrado con
tanta insinuación y miradas lascivas. Después de una semana intensa, ese
viernes bastante tarde, al finalizar aquella larga reunión, estaba deseando
escaparme a casa cuando el teléfono de mi despacho sonó, era ella para decirme
con esa voz imperativa, -Marcos espera, no te vayas todavía que tenemos que
repasar lo del juicio del lunes", en ese preciso instante sabía que sería
mi perdición, yo como súbdito era desde hace tiempo su fantasía y debía
quedarme para "repasar" el caso, o sea obedecer.
Era un edificio grande y a aquella hora sólo
quedaría el guarda en la entrada y nosotros en la tercera planta. Solos en la
oficina, solos en el despacho 313. La jefa vestía siempre muy ceñida, traje
chaqueta negro y blusa blanca con el pelo recogido, a ella poco le hacía falta
para resaltar aquel voluptuoso cuerpo. Me hizo pasar y allí estaba, sentada en
su trono. Era una mesa del despacho robusta de madera noble y su sillón de piel
marrón oscura a juego. Me quedé de pie tembloroso y sabía que ella no iba a
dejar que me sentara, se le veía en esa mirada felina que tiene.
Cruzó las
piernas con fuerza y con la mano levemente empujó unos informes para que
cayeran al suelo y dictar sentencia firme a continuación. -¡Espero no tener que decirte lo que debes
hacer!- Yo, sumiso, asustadizo y arrodillado junto a su mesa, fui recogiendo
cada uno de los folios intentando no levantar la mirada de la alfombra, algo
imposible, su aura de poder me envolvía y aquellas largas piernas se
descruzaron de golpe como sables para dejarme sin aliento, yo seguía con la
mirada esa línea prohibida desde sus zapatos de tacón de aguja, pasando por las
rodillas y subiendo por aquellas medias negras de la perdición, hasta que se
dejaron entrever sus misterios. Ya no sabía en dónde meterme y sudando frío, me
temblaban hasta las orejas. A continuación, para seguir con su juego macabro me
ordenó con fuerte voz que gateara hasta ella.
Cuando
estaba a un palmo de su piel levantó una pierna y puso un tacón en mi hombro
con fuerza, luego colocó el otro sobre su mesa y sus piernas en apertura
máxima. Ahora sí que me tenía sometido por completo y aquella situación, aunque
me hacía daño físico, me excitaba enormemente. Pronto me repetiría la frase de
la sentencia, - ¡Espero no tener que decirte lo que debes hacer ahora! -
Marcos CL
Caso ganado!!! Alm
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