
No me daba tregua, hacía todo con tanta pasión que me
abrumaba su fuerza. Sangre caliente, piel adictiva y pura droga para mi
perdición, droga que corría por sus venas y droga que emanaban sus poros para
anularme. Esos besos largos con tanta pasión que me excitaban, incluso antes de
que sus labios tocasen los míos. Su lengua dentro de mi boca jugando a que me
come sin comerme, pura fantasía sexual. En donde fuera y a la hora que fuera,
siempre me buscaba y acababa conmigo, siempre con ganas de mí, dándole igual
todo. Tenía ese punto voyeur que me daba tanto morbo, era increíble.
Aquella tarde quedamos para dar un paseo y ver el
atardecer en la costa, cuando llegamos pusimos los coches aparcados en paralelo
y ese paseo nunca se llegó a dar, al menos aquel día. Nada más abrir la puerta
de mi coche y poner un pie en el suelo, ya la tenía delante de mí,
acorralándome con su belleza. Llevaba un abrigo gris, botas negras y un vestido
que le llegaba por encima de las rodillas. Le gustaba vestir bien. Me cogió las
manos y las puso en su prieto y hermoso culo, era tan duro que costaba
pellizcarlo. Mis dedos notaron que no llevaba nada debajo, simplemente unas
medias de blonda negras que me ponían rabioso.
Comenzó a
besarme y le encantaba morderme, me mordía por todas partes. Le gustaba chupar
mi labio inferior y darle un mordisco a continuación. Jugaba con mi cuello, con
mi pecho, con mi todo. Me costaba demasiadas veces conseguir disimular las
huellas de sus dientes en mi piel. Hicimos un trato, que no me dejara marcas en
lugares visibles, solamente me faltaba eso, llegar al hospital con sus dientes
grabados en mi cuello. Ante todo, seriedad en el trabajo.
La escena se nos estaba yendo de las manos, aun no
había oscurecido del todo y pretendía devorarme allí mismo. Se veía gente por
el paseo caminando y aquello era una puta locura. Nos podían ver, nos podían
reconocer, pero le dio igual, sea agachó y de rodillas entre ambos coches,
empezó a abrirme el pantalón vaquero para dejar salir toda mi furia. Me
apretaba las nalgas y hacía fuerza para llegar al fondo de su boca, llegar
hasta la arcada. Miraba hacia arriba y se encontraba con mi cara desencajada,
con mi boca abierta intentando no jadear en alto.
Cuando acabó su
función, apenas me quedaron fuerzas en las piernas, me sujeté como pude a la
puerta del coche para dejarme caer en el asiento. Aquello se nos estaba yendo
de las manos hacía tiempo, nos podían descubrir y aún así nos arriesgábamos.
Esa enajenación mental hacía que nuestros cuerpos fuesen esclavos del engaño,
que fuésemos amantes en la sombra. Todo ello nos llevaba a caer en el pecado
una y otra vez.
Marcos CL
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