viernes, 17 de abril de 2020

Década





Así me miraba en el espejo cada mañana al salir de la ducha. Pasaba la mano por el cristal y el vaho dejaba entrever mi cuerpo. Cuando una cumple los 40 y ha sido madre, la anatomía no se queda como lo deseamos, pero ese es el precio que hay que pagar, a veces la naturaleza es demasiado injusta.
  
 Intentaba sacar lo mejor de mí, hacer deporte cuando la vida me dejaba, moverme mucho, dar largos paseos por la playa, comer sano y sobre todo cuidar mi mente. Las cargas familiares, esas que muchas veces dan tantas alegrías, pero que otras tantas me sacan de quicio, esas que a veces no me dejaban ni moverme de aquel cubículo de vida robándome todo el tiempo del mundo.

  Me encanta quedarme ese rato en el baño, en mi país de nunca jamás, mis fantasías y yo, ese dueto inseparable. Mientras, me echo crema corporal y el espejo me mira casi por completo. Intentaba ponerme mona para mí ante todo, sacar el mejor partido a mi sonrisa, a mi piel. Me gusta saber que soy deseada sin sentirme egocéntrica, ni mucho menos, una musa perfecta.
  
Todavía noto ese deseo en ciertas miradas a mi paso, lo percibo cuando salgo a bailar con la escuela o voy por la calle. Son sensaciones que también nos dan seguridad y nos complacen, agradar la vista de alguien es reconfortante, sin duda.

 Es cierto, ahora doy fe de ello, de los cuarenta a los cincuenta, esa década es crucial en la vida de una mujer.  Ahora sí me siento plena, sé lo que quiero a la perfección, sé lo que me gusta y lo que me pone y sí es así, voy a por ello con todas mis ganas. Me estaba viendo a escondidas con aquel chico 10 años más joven que yo, ese moreno tan lindo al que todo y digo todo, le funcionaba a las mil maravillas.


 Lo cierto es que después de esos encuentros, momentos que me parecían fugaces, no me quedaba ningún cargo de conciencia. Me daba placer y yo a él, mucho pero que mucho placer, como hacía años que no lo disfrutaba. Esa sensación de pecado o de estar haciendo algo inmoral ya no la tenía sobre mis hombros. Lo hacía como algo natural, como ir a yoga o a clases de bachata, me lo merecía y así lo vivía, con intensidad. Rober simplemente me estaba haciendo recordar lo que es sentirse mujer y buena amante.

 Amante y bien amada para ser devorada de los pies a la cabeza. En esos momentos salía de mis rutinas y entraba en la piel de una pantera, como una fiera irracional que busca su estado máximo de satisfacción. Me sentía más llena que nunca con él. Así me siento ahora y así quiero seguir.
                                                                                               
                                                                                                  Marcos CL







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